RESIDUOS URBANOS
Mientras su
padre cerraba la tapa del contenedor de basura orgánica, vio una mano que
colgaba inerte de un agujero de la bolsa. Habían desvestido el cadáver para
llevar sus ropas a Cáritas, pero con la oscuridad y las prisas se les había
pasado quitarle el reloj.
«¡Vaya, qué
putada!», se lamentó el padre al desatarlo de la muñeca. Entre ambos cubrieron
el bulto con restos de inmundicias y se quedaron embobados mirando la baratija.
—Pues nada,
hijo —resolvió tras un rato de dudas—, tendremos que retroceder aun a riesgo de
que nos pillen. El de envases y plásticos está justo en la otra punta del
parque.