RETORNO
Supo que su dama regresaba a
buscarle cuando con los ojos entrecerrados le cegó su aura de paz. Era una luz más
deslumbrante que en ocasiones anteriores. Ella le susurró su invitación al oído
y le ofreció su mano. Él se dejó mecer entre sus brazos y bailaron un vals en
la orilla del mar. Ella le subyugó con su vaivén, le sedujo con su canto de
sirena y poseyó todo su cuerpo, su alma, su ser. Dando vueltas y giros, él se
dejó guiar hacia el horizonte, danzando sobre la superficie del océano. En la
cresta de la ola más alta que jamás había surcado, sintió como aquel mar de
sensaciones salpicaba con espuma sus pies. Sabía a brisa, olía a sal. Sonreía,
ingrávido, dichoso.
Cuando ella decidió que era
hora del regreso, besó sus labios llenos de costras y se desvaneció en la
bruma. Después, la bruma se diluyó y no hubo nada más. Él se fue hundiendo en
la inmensidad azul, sin notar ya la presión de la goma anudada en su brazo
izquierdo ni el bombeo de bienestar en sus venas.
Al fondo del callejón terminó
su último viaje.