VERDE
PASIÓN
Con Anabel todo es distinto.
Le cambié el nombre en cuanto me encariñé con ella: Pamela me sonaba más a
puta. Cuando la vi el miércoles en aquella tienda, supe que tenía que ser mía; bueno,
también por no aguantar a mi madre, qué pesada. «Hijo, ¿cuándo te vas a echar novia?
Que tienes cincuenta y siete años y estás como amargao, ay». Así que me la traje a casa.
Al principio, a mis padres les costó
aceptarla, y me molestaba mucho pillar a mi hermano babeando cada vez que la
miraba. Por eso ahora, cada mañana, la desinflo y la guardo en su caja.