viernes, 26 de diciembre de 2014

Soliloquio

SOLILOQUIO

Sol·La·Si·Do. Cuánto añoro la melodía de tus gemidos, princesa.
Bajo las sábanas de aquella pensión, solíamos solazarnos los días que mi mujer tenía guardia. «Yo te alejaré de esta pocilga», te juraba, solemne, cruzando los dedos por detrás.
Anoche no te encontré en el solar; alguien me dijo que habías regresado a tu vida disoluta, a consolarte en otras camas. Salí con el ardor de un soldado y me adentré en aquellos tugurios de zombis desollados dispuesto a rescatarte.
Pero, insolidaria, tú ya habías elegido soltar amarras y resolviste quedarte en tu esquina, junto a tu farola. Cuando nuestras miradas se solaparon, escupiste en el suelo y me diste la espalda. Desolado, recogí de un charco mi orgullo y me fui a casa.
Hasta nunca, Sol.
Jamás me había sentido tan solo. Quién sabe; quizá mañana encuentre a otra solista que, aunque desafinando, entone de nuevo para mí el Sol·Fa··Re·Do.