domingo, 5 de octubre de 2014

La cabina

LA CABINA

Doris está anudándose la bufanda cuando suena el teléfono.
¡RIINNGGG, RIINNGGG!
«Nunca llego puntual al cole a recoger a Yeremi, carajo; tendré que buscar otro empleo», piensa resignada mientras se restriega la nariz con el puño y se pone de nuevo el auricular.
Servicio de emergencias, buenas tardes.
Al otro lado del hilo se oye una respiración profunda, como procedente de una caverna.
¡Por fin! ¿Hay alguien ahí? ¡Hola, hola, aquí! ¡A mí! ¡Socorro!
Señor, ¿en qué puedo ayudarle?
Me he quedado atrapado en una cabina y…
¿Una cabina? ¿De ascensor?
De teléfono, señorita. Y déjeme terminar, que solo me quedan tres pesetas. Yo pensaba que el 091 era gratis.
«¿Pesetas? ¿091?»
Escúcheme, joven. Esta mañana fui a telefonear a mi jefe porque llegaba tarde…
¿Dónde trabaja usted? pregunta por curiosidad. «Qué tío más viejuno,  ¿no tiene móvil?».
En Galerías Preciados. Desde su apertura, ¿eh? Entonces se atascó la puerta y unos desalmados me remolcaron hasta este almacén ¡lleno de cadáveres! Pero de camino me he fijado bien: está justo detrás de la fábrica de Mirinda, no tiene pérdida. ¡Envíen ayuda, rápido…!
Cuando se corta la llamada, Doris se abotona el abrigo y estornuda. «Vaya, me he resfriado otra vez».