MULATAS Y WALKIRIAS EN
TOKIO
Cada vez
que dos o más miembros de la familia Nang coincidían en la entrada o en la
cocina de su apartamento, tenían que cederse el paso acomodándose como piezas
del tetrix.
En cuanto cumpliera los dieciocho años, Ho, el hijo mayor, pensaba sacarse el
carné y olvidarse para siempre de aquellas cuatro paredes. Encerrado en el
cuarto de baño, fantaseaba con Tatiana, la diosa rusa que tumbada en cueros
sobre un lago helado frotaba con nieve sus pezones; con la insaciable Joanna,
que jugueteaba con su lengua entre los muslos de Giselle en la orilla de una
playa del Caribe; y con Sandrina, la más viciosa de todas, que chupaba y mordía
la...
Toc Toc.
Unos golpes en la puerta le sacaron de su ensueño.
─¡Ho,
pesado! ¿Te falta mucho? ─le apremió uno de sus hermanos.
Justo en el momento más crítico.
─Ya… ca…
si… es… toy… ─gimió balbuceante, dejando caer al suelo la revista.
Con un
trozo de papel higiénico se secó la mano y tiró de la cisterna. Aún le quedaban
dos años para poder hacerse socio del sex
shop del centro comercial que con grandes letras de neón
anunciaba cabinas.