jueves, 1 de mayo de 2014

Mulatas y walkirias en Tokio

MULATAS Y WALKIRIAS EN TOKIO

Cada vez que dos o más miembros de la familia Nang coincidían en la entrada o en la cocina de su apartamento, tenían que cederse el paso acomodándose como piezas del tetrix. En cuanto cumpliera los dieciocho años, Ho, el hijo mayor, pensaba sacarse el carné y olvidarse para siempre de aquellas cuatro paredes. Encerrado en el cuarto de baño, fantaseaba con Tatiana, la diosa rusa que tumbada en cueros sobre un lago helado frotaba con nieve sus pezones; con la insaciable Joanna, que jugueteaba con su lengua entre los muslos de Giselle en la orilla de una playa del Caribe; y con Sandrina, la más viciosa de todas, que chupaba y mordía la...
Toc Toc. Unos golpes en la puerta le sacaron de su ensueño.
¡Ho, pesado! ¿Te falta mucho? le apremió uno de sus hermanos. Justo en el momento más crítico.
Ya… ca… si… es… toy… gimió balbuceante, dejando caer al suelo la revista.
Con un trozo de papel higiénico se secó la mano y tiró de la cisterna. Aún le quedaban dos años para poder hacerse socio del sex shop del centro comercial que con grandes letras de neón anunciaba cabinas.