A
PIQUE
No, él nunca fue un hombre
desconsiderado. Por supuesto que le disgustaba contemplar cómo se hundía su
barco y haber olvidado dar la alarma al pasaje. No, no se enorgullecía de haber
pedido a los cinco tripulantes africanos que dormían en cubierta que subieran
la preciada carga al bote salvavidas, ni de haberles abandonado luego a su
suerte. No, tampoco era insensible a los gritos de auxilio que le taladraban
los oídos mientras se dejaba arrastrar por la corriente. Pero se sentía dichoso
abrazado a aquel cofre lleno de tesoros con los que pronto, muy pronto… glu glu
glu.