LA FAMILIA DUMM
—Pero ¿cómo
pudo salir el bebé despedido por el parabrisas? —preguntó el técnico a su
compañero, que tomaba fotografías del cuerpo desmadejado en el asfalto a quince
metros del vehículo—. ¿No iba sujeto con el cinturón a la sillita? Estas
distracciones, Douglas, salen muy caras, qué desastre… ¿Dónde ha ido a parar la
cabeza?
—Un lamentable
error, sí —reconoció este. Metió el despojo en una bolsa que llevaba al
hombro y señaló hacia las ramas de un árbol—. ¿No es aquello de allí?
Asintió con
fastidio y siguió anotando en su cuaderno hasta el último detalle del
accidente: al señor Dumm le habían desaparecido la nariz y los ojos tras
estampar la cara contra la luna delantera. Al menos a la del asiento del copiloto se le había abierto el airbag y solo tenía algunos
rasguños en la frente y varias costillas rotas.
—Queda demostrado
que a noventa en una curva, con charcos y lloviendo, estos neumáticos no
agarran bien, tendremos que seguir investigando. Ah, y no olvides revisar el
dispositivo de apertura de los airbag.
Terminado el informe, sujetaron por las piernas a los dos muñecos y los arrastraron hasta el
almacén.