SUPERSTICIÓN
Suspiró profundamente y
recogió dos cubiertos. ¡Pues que alguna de sus hijas o nietas le hubiese
ayudado a poner la mesa, carajo, en vez de sentarse tan frescas en la salita a
terminarse su botella de moscatel! No era culpa suya que le temblaran las manos
y se le rompiera una copa de vino, bastante tenía con disimularlo. Y trece a la
mesa, ¡nunca! Sacrificó sin mucho esfuerzo a la cafre de su cuñada. Y al
tontaina de su hermano.