miércoles, 24 de julio de 2013

Apariencias

APARIENCIAS

¡Tienes los pies fríos, cariño! ¡¡Atiza ese fuego, dame calooor!! ¡¡¡Grggg!!!
Tres noches sin pegar ojo enturbian la mente a cualquiera, incluso al más avezado explorador. Surcando los más impetuosos océanos, Vincent es capaz de dormir hasta en litera, pese a los temporales y los envites de las olas en alta mar. Pero aquí, en su propio palacete, o mejor dicho, el de su acaudalada Cècile, le resulta imposible conciliar el sueño con ese eco insolente retumbando en su cabeza. «Parece que no ha sido suficiente con despedir al mayordomo», se dice. Entonces se incorpora y sigiloso se dirige al salón. Le tiembla un poco el pulso al acallar los gritos, «¡¡…dame calooor, aaaghh…!!». En el porche se sacude las plumas pegadas a sus manos y regresa a la cama junto a la loro infiel, que sigue roncando como si nada. Habría preferido no tener que sacrificar esa pieza por la que tantos doblones pagó. ¡Qué excelente ejemplar!



El nidito

EL NIDITO

El «estudio diáfano, céntrico» del anuncio resultó ser una antigua carbonera rehabilitada con una ventanita encima del fregadero; eso sí, orientada al sur. Para dividir espacios hice instalar un tabique hasta el techo, con espejos por ambos lados. Daba tal sensación de amplitud que decidí colgar otro detrás del cabecero. El viernes, para la inauguración, descorché unas botellas de sidra con los amigos. Cuando ya nos despedíamos, Diego insistió en que no podía conducir, que veía doble, y se quedó en casa. En mi cama. No me dejó dormir en todo el fin de semana. Insaciable, practicaba todo tipo de posturas, excitado con nuestras imágenes reflejadas. El lunes ni nos levantamos; el martes se acabaron las provisiones de la nevera; así que el miércoles, en el despacho…
—Oye, Clarita, reina —me despertó mi socia. Tenía la cabeza apoyada en el teclado y percibí  cierto tono de reproche en su voz—. Ya te vale, ¿eh? Este expediente era para ayer. Venga, mueve… ¿Llevas betún o son ojeras? —Ahora la noté envidiosa.

Esa tarde le comuniqué a Diego que lo nuestro no podía ser. Por supuesto, los espejos se quedaron donde estaban, con el dineral que me habían costado…

lunes, 22 de julio de 2013

Mario

MARIO

La muerte programada, un tema complejo que araña las consciencias y hace tambalear nuestras convicciones. No pretendo hacer una apología, ni siquiera convencer. Con esta reflexión en voz alta intento acercar mi postura hacia una realidad que viví hace dos años.
Mario acababa de cumplir los cuarenta cuando un día se desplomó en su apartamento. Vivía solo. Trabajaba como celador por turnos en un hospital y dedicaba su tiempo libre a navegar en un pequeño velero, propiedad de un amigo. Alguna vez nos invitó a salir con él, una experiencia deliciosa. Coincidíamos los viernes en el bar del barrio. Solía venir solo, lo cual me sorprendía, pues con su conversación tan ocurrente y su buena facha siempre me pareció un chico muy a tener en cuenta.
Doce meses tardó su corazón en asumir lo que los análisis clínicos confirmaban: un tumor localizado en el cerebro, nada que hacer, cuestión de tiempo. Doce putos meses. Silla de ruedas. Rehabilitación inútil. Radioterapia innecesaria. Falsas esperanzas. Promesas sin futuro. Fue entonces cuando comprendí el verdadero significado de las palabras «desesperación», «sufrimiento», «dolor». Nada que ver con el uso que solemos darlas a diario: «Me desesperas, Anita, recoge tu cuarto de una vez»; «sufro cuando me quedo sin batería en el móvil»; «me duele que Jorge no venga a cenar esta noche». Etcétera.
Mario percibió desde el primer momento lo que le estaba ocurriendo. No opuso resistencia al tratamiento, al contrario: se dejaba conducir feliz al hospital donde había trabajado durante años. Conocía a todo el mundo y se dejaba querer por el conductor de la ambulancia, los enfermeros y demás personal sanitario: médicos, auxiliares… Todos le mostraban un cariño sincero.
Pero sé que habría preferido morir sin agonía. Lo sé porque me lo aseguró entre lágrimas en los primeros días de su enfermedad.
Cuando todavía podía comunicarse.

Estoy muy segura, amigo, de que no has olvidado llevarte tu brújula para surcar el inmenso cielo azul. Un beso, Mario.

domingo, 7 de julio de 2013

Caso resuelto

CASO RESUELTO


—Si ya lo decía yo: ese hombre nunca fue trigo limpio —asevera Julita, la panadera, mientras se restriega las manos de harina en el delantal—. Lo sorprendente es que no lo descubriéramos antes. ¡Cuatro sabuesos envenenados en un mes! Y ahora el pobrecito teckel, con lo simpático que era...
Es la hora del descanso antes de comer y a los vecinos de esta aldea les gusta reunirse junto a la chimenea del mesón a tomar el aperitivo y repasar los acontecimientos del día.
—A mí también me daba mala espina el guardia civil  —ahora es Marisa, la pescadera, la que toma la palabra—. Todos los perros le ladraban incluso antes de que doblara la esquina.
Don Severino, el cura, reflexiona meditabundo y escupe el hueso de una aceituna:
—Como mínimo, era sospechoso que no investigaran el caso con más profundidad, ¡tenían al mismísimo demonio infiltrado entre sus filas! —Se mete otra aceituna en la boca y prosigue—. En todos los rebaños del Señor, ¡ay!, tiene que haber siempre una oveja negra. Que cumpla su condena y después que venga a la parroquia a confesarse.
El periódico local va pasando de mano en mano, mientras se mofan de lo feo que ha salido el Nardo en las fotos. El caso del envenenador de perros de Jumentera ha sido resuelto, «…gracias a las pesquisas realizadas por uno de sus vecinos. Bernardo P., propietario del bar, descubrió al bellaco…».

Les hace gracia salir en la prensa. A fin de cuentas, Jumentera es un pueblo de esos donde nunca pasa nada.



sábado, 6 de julio de 2013

La sidra

LA SIDRA

En el fondo, muy en el fondo, se condensaba en un poso de placidez. Solo cuando la agitaban burbujeaba su deseo. Sabiéndose la elegida esperaba, ansiosa, que la aferrara esa mano para elevarla a lo más alto y vaciar todo su ser.

Dedicado  a Jams y a su mujer, María Jesús. En el Sendero del Agua, Cantabria, sidra sin aditivos, mermelada casera y lo mejor y más difícil: personas.