SUEÑO
ATRASADO
Se entrenaban para estar
muertos todas las noches. Qué torpes, yo lo aprendí enseguida; y a dar la pata, traer las
zapatillas…, pero a ellos les costaba. Cuando mamá terminaba de acunarles y
cantarles nanas, los mellizos caían en un sopor que solo duraba unas horas.
Entonces comenzaban los berridos y vuelta a empezar. Y así cada día, cada
semana, cada mes. Anoche, por fin, mamá consiguió lo que nunca: no han
despertado para saciar su glotonería y ni siquiera se han movido de sus cunitas.
Aunque me haya quedado sin
lecho, tenía que habérsele ocurrido antes lo del almohadón.