domingo, 11 de noviembre de 2012

Agorafobia


AGORAFOBIA

Todo lo que pasa, pasa por la escalera. Apostado tras la puerta de la entrada, vigilo el trasiego de los vecinos. Los tablones centenarios crujen con suavidad o protestan quejumbrosos abrumados por el peso de sus cuerpos. Algunos peldaños se hunden rendidos bajo las pisadas cansinas de las viejas, los saltitos de los niños, el trote de los jovenzuelos… Reconozco a cada uno de ellos por sus andares, por sus taconeos firmes, por su forma de arrastrar los pies, mientras resoplan y hacen pequeñas escalas cuando regresan cargados con la compra.
Tras el accidente no he vuelto a salir de casa. Desde mi silla de ruedas, permanezco atento al bullicio de la escalera, casi ni duermo, pero así soy feliz. Vivo en el primer piso y mis ventanas dan a un callejón sombrío, de modo que me he acostumbrado a oír pasar la vida, más que a verla.
Ayer dos vecinas charlaban en el rellano. Agucé el oído. La comunidad ha aprobado la instalación de un ascensor. ¿Qué va a ser de mí?